(A propósito del gusano de luz de Lautréamont)
La habitación empapelada en bibliotecas, y en el medio una mesa. Sobre la mesa, un libro, sobre el libro, un gusano. Alimentándose del libro, el gusano pasa de ser diminuto a ser gigante. Extraño en mí: no me resulta desagradable. Su color es violeta oscuro luminoso, y no segrega babas horribles.
Mi hermano, entonces, enarbola un martillo y redundantemente lo amartilla a la mitad para matarlo. Como buen gusano, comienza a regenerarse: cada parte de su cuerpo es un nuevo gusano, pero lo hace tan lentamente que creo que comenzamos a aburrimos y perdemos todo interés en el tema. Es así que una parte del gusano se nos escapa de la vista y parece que se sube por alguna pared hasta perderse en algún rincón estratégico. Mi hermano le resta importancia a la cuestión, y confía en que se lo comerá alguna rata...
El gusano no era grande como una casa, pero era bien bien grande: debía medir en largo 5 veces yo y en ancho 3 yoes...
Zaza
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