Constanza, una antigua novia me pide que la acompañe al baño porque le teme a un fantasma que dice haber visto. Se trata de una persona que rara vez tengo en la mente, fue novia en la adolescencia hace unos 20 años y realmente no es alguien que esté muy presente. No obstante, no me extraña demasiado su pedido, pues en ese entonces y dadas las circunstancias, era común que yo tomara una actitud "proteccionista" o que ella esperara de mi que le resolviera o ayudara con cualquier dificultad.
En el sueño, Constanza sigue siendo una adolescente de 15 años, pero yo soy el actual adulto.
La acompaño como quien acompaña a un niño, con la resignación y la tranquilidad de que solo lo hago para demostrarle que los fantasmas no existen.
Ella se sienta en el inodoro para orinar y yo le doy la espalda como para respetar su intimidad. Nada malo puede pasar.
Desde la oscuridad, mas precisamente del interior de la bañera aparece un rostro cadvérico, espectral. Aullaba.
Era mi bisabuela, pero no como la conocí en alguna foto grisada y polvorienta, sino totalmente deforme como el presentador de Historias de la Cripta, un programa que recuerdo que mirabamos juntos en ese entonces.
Siento miedo, pero igual la enfrento, pues debía proteger a mi ex novia. Mis pensamientos fueron de negación inmediata, como si lo que veía no podía ser verdad.
En algo que duró solo un segundo, pude ver sus brazos retorcidos y deformes. Flotaba en el aire y se arrojó hacia mi como una bestia a su presa. No tuve ni tiempo de decir una palabra.
Sentí como un viento al tomar contacto con el fantasma y desperté.
Estaba muerto de miedo y totalmente sorprendido por lo soñado.
No soy de tener pesadillas. Esa vieja de los retratos siempre me causó algo de rechazo, pero nunca la había incoporado al sueño.
Miré el reloj, faltaban 5 minutos para las seis. ¿Qué le habrá pasado a Constanza? Podría llamarla a ver si está bien. No lo hice, y además no tengo su número.
Decidí levantarme y no me quedaba más remedio que ir al baño, pero seguía con miedo.
Asi que me las ingenié para orinar sin mirar ni la bañera ni tampoco el espejo. Siempre me daba algo de miedo los espejos de chico, pensaba que un día mi propia imagen podía dejar de corresponderme y convertirse en otra cosa, o quizá atacarme.
Desayuné y el miedo se fue yendo de a poco a lo largo del día.
Guillermo